La muerte de Elhadji Ndiaye ha quedado marcada en nuestra memoria colectiva como el recordatorio de la consecuencia más atroz del racismo institucional. Cada 25 de octubre revivimos lo sucedido y nos sigue impactando el silencio y la opacidad de un proceso, en el que sigue sin haber reconocimiento ni reparación.
Por eso, cada año recordamos también a todas las víctimas de las diferentes necropolíticas, que mueren bajo custodia de quienes debían velar por su integridad, fuera y dentro de esas fronteras que no dejan de multiplicarse.
Hace ahora 7 años salíamos a las calles a reclamar verdad, justicia y reparación, nos uníamos a las voces de compañeras y compañeros que exigían respuestas a preguntas que nunca fueron contestadas: ¿Por qué le pararon? ¿Por qué no le trasladaron a un hospital? ¿Por qué murió en el suelo de una comisaría menos de una hora después de haber sido detenido? ¿Cómo es posible que se pretendiese legitimar tal nivel de volencia ejercida por los agentes que intervinieron a plena luz del día y en una calle transitada?
Nunca olvidaremos aquellas imágenes porque nunca nos fueron ajenas. Hay un relato común que se sigue repitiendo cada vez que se denuncian las paradas policiales racistas, en cada relato de actuaciones policiales violentas durante identificaciones, detenciones o privaciones de libertad. Hay un hilo invisible que une estas historias, es la misma lógica discriminatoria que sustenta la violencia estructural sobre los cuerpos de las personas racializadas. Violencia anclada en el racismo estructural, que lo alimenta y perpetúa, que nos recuerda quiénes ejercen el control y cuánto valen nuestras vidas.
Hoy queremos recordar que Elhadji murió solo, pero dejó atrás a toda una familia que el estado sigue pretendiendo invisibilizar, y que, como tantas otras, deben afrontar el duelo de su pérdida, sin poder viajar al lugar donde murió y pedir explicaciones, teniendo que hacer frente a obstáculos burocráticos para ejercer su legítimo derecho a exigir reparación y que además, ven como sus condiciones de vida empeoran progresivamente, ya que él era su único sustento.
Durante estos 7 años poco o nada ha cambiado, el racismo estructural sigue operando y ganando terreno político, cada avance en la lucha antirracista es erosionado por la relaciones de poder que siguen sustentando los sistemas de privilegios. Frente a ello seguimos creyendo profundamente en tejer redes fuertes de apoyo, solidaridad, de denuncia y resistencia para combatir la violencia estructural que nos oprime y empuja a los márgenes.
SOS Racismo Nafarroa