Desde 1995, construyendo una sociedad diversa y antirracista

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Reflexiones en torno al 12 de Diciembre; Día Internacional contra la islamofobia

(ES-CAT) Si casi el 90% de la información que nos llega sobre el Islam es negativa, ¿qué imagen debe tener la sociedad en general sobre las personas musulmanas? En septiembre del Observatorio de la islamofobia en los medios publicaba su primer informe y los datos son escalofriantes: el 66% de las noticias aparecidas en los medios durante el primer semestre del 2017 son islamófobas. Pero, ¿qué es exactamente la islamofobia? –  Si gairebé el 90% de la informació que ens arriba sobre l’Islam és negativa, quina imatge ha de tenir la societat en general sobre les persones musulmanes?  El mes de setembre l’Observatori de la islamofòbia als mitjans publicava el seu primer informe i les dades són esfereïdores: el 66% de les notícies aparegudes als mitjans durant el primer semestre del 2017 són islamòfobes. Però, què és exactament la islamofòbia?

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¿Qué entendemos por islamofobia?

La islamofobia es un sentimiento de intolerancia y rechazo a un individuo o colectivo por su pertenencia a la confesión islámica (o que pueda ser identificado como tal, aunque no lo sea). Este sentimiento conlleva actitudes -físicas o verbales- discriminatorias: desde un insulto, gesto o mirada delatora, hasta restricciones tanto en el ámbito público como privado, donde las acciones y comportamientos de los individuos musulmanes se ven coartados y, en consecuencia, limitados.

El papel del Islam en Europa está marcado por el hecho de que representa una religión minoritaria vinculada a una inmigración instalada (Jordi Moreras, 1999). Es decir, que en este caso hay una suma de rechazos, por un lado hacia la religión y por otro, hacia la inmigración. Así pues, recae en el colectivo discriminado una serie de estigmas y prejuicios que general en el imaginario colectivo una imagen muy negativa para toda persona que tenga elementos físicos o comportamientos que pueden ser directamente relacionados con el mundo árabe-musulmán.

Una imagen que hace que estas personas, en la práctica, no puedan disfrutar de los mismos derechos y obligaciones que otros ciudadanos de nuestra sociedad. En otras palabras, ser musulmán consiste en un obstáculo -handicap- que no permite tener una vida normalizada, no por ser musulmán en sí, sino por la reacción y percepción de los demás que conlleva de ese hecho; quedando estas personas situadas a los ojos públicos en  un territorio de hostilidad y desventaja , tratándose como si fuesen ciudadanos de segunda categoría.

En el caso de las personas musulmanas coversas, que no llevan elementos visuales directamente relacionables con la religión -el velo en el caso de las mujeres, la barba en el caso de los hombres-, no serán percibidos como personas musulmanas -de cara a la sociedad- ya que sus características físicas no se relacionan con el mundo árabe. Pero, por otro lado, si estas personas ponen de manifiesto en la vía pública su fe espiritual, tendría por consecuencia una deslegitimación total y directa del individuo, en el plano social.

Parece que a ojos de Occidente existe la idea de que los musulmanes que lo son por herencia, no han tenido la opción de elegir su suerte, mientras que los nuevos musulmanes, sí. Escogen formar parte de un colectivo que parece que va en contra de los valores occidentales europeos. Una imagen contradictoria con el ideal occidental.

Esta deslegitimación proviene en primer lugar de una incomprensión del cambio de una parte de su identidad: dejar de hacer ciertas cosas y empezar a hacer otras, como dejar de comer cerdo o la ingesta de alimentos halal. Pero  también proviene de la nueva relación que se establece entre el individuo converso y la otra persona o grupo de personas.

Este cambio tiene como consecuencia una reformulación de la relación preexistente entre ambas partes; y esto se debe a la no normalización del Islam en Europa. En caso de que pudiéramos hablar de normalización de la presencia del islam, no existiría esta barrera o frontera entre una persona musulmana y una no musulmana. No cambiaría en nada esta relación preexistente.

Y esta, también es una de las caras del dado de la islamofobia. Parece que por ser musulmán, todas las características que a priori eran entendidas como puntos fuertes, quedan automáticamente anuladas: los conocimientos, la experiencia, la dedicación … todo queda reducido a su mínima expresión.

En la actualidad, nos encontramos en una sociedad que tiende a ser secularizada, donde todo elemento relacionado con el ámbito religioso queda destinado a la esfera privada, dejando libre de cualquier mezcla religiosa del espacio público. Es por ello que occidente rechaza tan directamente el velo -hijab- de las mujeres musulmanas. Es el primer elemento visual que se percibe en la diferenciación y por tanto, categorización, de una mujer musulmana. De igual forma sucede con los hombres musulmanes y sus barbas.

El velo de la mujer se ha convertido en una temática de gran importancia en relación al entendimiento y aceptación del Islam, en la sociedad actual. Un argumento que ha sido y es utilizado con mucha frecuencia para descalificar tanto la religión como a sus individuos.

Hay que entender la concepción que se le ha dado al hiyab desde occidente: un elemento opresor, que permite reforzar no sólo las diferentes identidades, sino la base para la diferencia entre el «nosotros» y el «ellos». Dos grupos que se oponen: los que consideramos como buenos y los que consideramos como no tan buenos -pasa lo mismo a la inversa-. Se trata de grupos de semejanza: los que son como nosotros o al menos lo aparentan ser, se perciben como mejores personas que los que no tienen nada que ver -en un principio- con nosotros. Desde un punto de vista analítico y reflexivo, el problema está en el uso que se le da al cuerpo de la mujer y en su propiedad.

No sólo eso, parece que el hecho de llevar un tejido sobre la cabeza, un velo, un hiyab en este caso, tiene como consecuencia la anulación total de voluntad de la persona que lo lleva, volviéndose débil, frágil, incapacitada para tomar decisiones sola, sin capacidad de reflexión y/o pensamiento.

Y es que el grupo que más sufre islamofobia es el de las mujeres, el de las mujeres musulmanas.

Son estigmas que se suman los unos con los otros: ser mujer, ser musulmana, y llevar el velo. De hecho, si miramos otras sociedades como la francesa, donde se han votado leyes y donde se han establecido dispositivos para frenar la visibilidad del Islam o los musulmanes en el espacio público: leyes que prohíben el uso del hiyab en las escuelas (2004) o en las universidades (2010). Para poder mantener una vida normalizada, para ser aceptado por los demás ciudadanos con los que compartimos espacio, tiempo, ciudadanía y país, debemos procurar no delatarnos.

Las personas musulmanas tienen que hacer uso de una identidad que no les representa o no los define del todo: comportarse de manera «normalizada», llevando elementos físicos aceptados por la sociedad, y en ningún caso, demostrar su fe relacionada con el aspecto más espiritual. Cuando hablo de normal o normalizada, hago referencia a los elementos que socialmente son aceptados y por lo tanto no representan una barrera entre lo que está permitido y lo que no lo está; lo que no causa ningún obstáculo para el buen desarrollo de la vida social. En definitiva, el musulmán -sea mujer o hombre- para no recibir estos ataques -físicos o verbales- islamófobos, debería dejar totalmente de lado su identidad musulmana, al menos, en la esfera pública. Dejar de ser musulmán de cara a la sociedad yaque ésta los interpreta como individuos extraños y amenazantes.

En definitiva, una vulneración de los derechos de ciudadanía.

Ya no sólo hablamos del uso del velo, incluso hay partidos políticos de ultraderecha y otros de derechas, que fomentan un discursos islamófobo y racista. Convirtiendo a la comunidad musulmana en rehén de una criminalización estructural, poniendo de manifiesto a todos los individuos que componen la comunidad musulmana, estigmatizando cada uno de entre ellos, dificultando el avance tanto individual como colectivo, favoreciendo la segregación de la ciudadanía , posicionándolos en el punto de mira. Fomentando un segundo paso que vamos viendo en el día a día y que se plasman en prácticas espontáneas de segregación dentro del ámbito de lo público: escuelas, hospitales, etc.

Otro de los grupos que cada vez es más propenso a vivir o a sufrir situaciones islamófobas, es el grupo de los jóvenes, maneras de relacionarse que resultan complicadas vis a vis de aquella franja de edad. En cualquier sociedad, la adolescencia o la juventud representa un ritual de paso entre el estatus de niño o niña, y el estatus de adulto; donde se producen cambios tanto a nivel emocional, reflectivo como físico. La persona se encuentra en un momento de la vida donde no sabe muy bien cómo comportarse y en contrapartida, los demás tampoco saben muy bien cómo hacerlo con ellos o ellas. Dejan de ser niños y todavía no son adultos. El miedo o el desconocimiento de ciertos individuos o colectivos tiene como consecuencia la implantación de medidas que dicen bajo la excusa de la protección, sirven para clasificar, vigilar y controlar en función del interés «mayoritario». En este caso y en relación con la islamofobia, nos encontramos con el caso del PRODERAI: Protocolo de Detección de la Radicalización Islamista. Se trata de evitar posibles radicalismos desde una temprana edad, o al menos eso es lo que dice hacer. Pero existe otra realidad, y es que con la implantación de esta nueva premisa, todos los jóvenes que son identificados como posibles musulmanes o árabes, serán considerados -en consecuencia- como sospechosos.

¿Cuál es el trato que están recibiendo estos jóvenes por parte de la institución? ¿Qué imagen se está transmitiendo al resto de compañeros? En cualquier caso, se trata de estigmas y de estereotipos, que son naturalizados por los demás alumnos, interiorizados y como consecuencia, reproducidos. Se trata de generalizar, y de estigmatizar a todo el collectivo árabe-musulmán joven; hablamos entonces, de un clima de sospecha generalizado.

Y por último, no podemos olvidarnos de que la mayoría de estos jóvenes, ya han nacido en este país, por lo tanto ya no pueden ser considerados como inmigrantes, sino que ya han adoptado la identidad referente a personas nacidas en el país. Con todo lo que lo incluye: estudios, idiomas, costumbres … pero aquí aparece otra cara de la islamofobia que se refiere a la generación precedente: la de los padres de estos jóvenes. Muy a menudo, estos padres, se encuentran en una situación donde sus identidades se han convertido en aculturadas. ¿Qué significa esto? que las sus identidades ya no forman parte de su país de origen -ya que con el proceso migratorio, parece que se haya perdido algún tipo de esencia de la persona-, mientras que nunca consiguieron ser vistos y entendidos como individuos del país de destino -porque parece que no conseguirán adoptar todos aquellos costumbres y maneras de hacer y pensar de aquel nuevo lugar-. De tal manera que, sus hijos se convierten en el enlace entre sus costumbres, su idioma, y aquellos elementos que forman parte y estructuran la vida en el país de destino. Convirtiéndose en herramientas primordiales para evitar situaciones islamófobas, de desventaja de obligaciones y de derechos.

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Què entenem per islamofòbia?

La islamofòbia és un sentiment d’intolerància i rebuig envers un individu o col·lectiu de confecció musulmana (o llegit com a musulmà, tot i que no ho sigui). Aquest sentiment comporta actituds -físiques o verbals- discriminatòries: des d’un insult, un gest o bé una mirada delatora, o fins i tot restriccions tant en l’àmbit públic com privat, on les accions i comportaments dels individus musulmans es veuen modificats i, en conseqüència, limitats.

El paper del islam a Europa està marcat pel fet que representa una religió minoritària vinculada a una immigració instal·lada (Jordi Moreras, 1999). És a dir, que per un costat tenim el rebuig cap a la religió i per una altre, el rebuig cap a la immigració. Així doncs, recau en el col·lectiu discriminat una sèrie d’estigmes i prejudicis que participen en la construcció d’una imatge molt negativa per tota persona que tingui elements físics o comportaments que poden ser directament relacionats amb el món àrab-musulmà.

Una imatge que no permet gaudir dels mateixos drets i obligacions que altres ciutadans de la nostra societat. En altres paraules, ser musulmà consisteix en un obstacle –handicap- que no permet tenir una vida normalitzada, no pel fet de ser musulmà en sí, sinó per la reacció i percepció dels demés que comporta un obstacle; quedant en un territori d’hostilitat i desavantatge total, com si de ciutadans de segona categoria es tractés.

En el cas de les persones musulmanes converses, si aquests individus musulmans no porten elements visuals directament relacionables amb la religió -el vel en el cas de les dones, la barba en el cas dels homes-, no seran percebuts com a persones musulmanes -de cara a la societat- ja que les seves característiques físiques no es relacionen amb el món àrab. Però, per altra banda, si aquestes persones posen de manifest a la via pública la seva fe espiritual, tindria per conseqüència una deslegitimació total i directa del individu, a nivell social.

Sembla que a ulls d’Occident existeixi la idea de que els musulmans que ho són per herència, no han tingut l’opció d’escollir la seva sort, mentre que els nous musulmans, si. Escullen formar part d’un col·lectiu que sembla que va en contra dels valors occidentals europeus. Una imatge contradictòria amb l’ideal occidental.

Aquesta deslegitimació prové en primer lloc d’una incomprensió del canvi d’una part de la seva identitat: deixar de fer certes coses i començar a fer-ne’n d’altres, como ara bé, menjar porc o la ingerència d’aliments halal. I també prové de la nova relació que s’estableix entre l’individu convers i l’altra persona o grup de persones.

Aquest canvi té com a conseqüència una reformulació de la relació preexistent entre ambdues parts; i  això és degut a la no-normalització de l’islam a Europa. En el cas que poguéssim parlar de normalització de la presència de l’islam, no existiria aquesta barrera o frontera entre una persona musulmana i una no musulmana. No canviaria en res aquesta relació preexistent.

I aquesta, també es una de les cares del dau de la islamofobia. Sembla que pel fet de ser musulmà, totes les característiques que a priori eren enteses com a punts forts, queden automàticament anul·lades: els coneixements, l’experiència, la dedicació… tot queda reduït a la seva mínima expressió.

A l’actualitat, ens trobem en una societat que tendeix a ser secularitzada, on tot element relacionat amb l’àmbit religiós queda destinat a la esfera privada, deixant lliure de qualsevol barreja religiosa l’espai públic. És per això que occident rebutja tan directament el vel -hijab- de les dones musulmanes. És el primer element visual que es percep en la diferenciació i per tant, categorització, d’una dona musulmana. D’igual forma passa amb els homes musulmans i les seves barbes.

El vel de la dona s’ha convertit en una temàtica de gran importància en relació a l’enteniment i acceptació de l’islam, en la societat actual. Un argument que ha sigut i és utilitzat amb molta recurrència per desqualificar tant la religió com els seus individus.

Cal entendre la concepció que se li ha donat al hijab des d’occident: un element opressor, que permet reforçar les diferents identitats, i també és l’element per excel·lència en la distinció entre el nosaltres i el altres. Dos grups que s’oposen: els que considerem com a bons i els que considerem com a no tan bons -passa el mateix a la inversa-. Es tracta de grups de semblança: els que son com nosaltres o al menys ho aparenten ser, es perceben com a millors persones que els que no tenen res a veure -en un principi- amb nosaltres. Des d’un punt de vista analític i reflexiu, el problema està en l’ús que se li dóna al cos de la dona i a la seva propietat.

Tornant a fer memòria del que he pogut explicar abans sobre el tema de les persones retornades a l’islam, sembla que el fet de portar un teixit sobre el cap, un vel, un hijab en  aquest cas, té com a conseqüència l’anul·lació total de voluntat de la persona que el duu, tornant-se dèbil, fràgil, incapacitada per prendre decisions sola, sense capacitat de reflexió.

I és que el grup que més pateix islamofòbia és el de les dones, el de les dones musulmanes.

Són estigmes que es sumen els uns amb els altres: ser dona, ser musulmana, i portar el vel. De fet, si mirem altres societats com la francesa, on s’han votat lleis i on s’han establert dispositius que permeten frenar la visibilitat de l’islam o dels musulmans a l’espai públic: lleis que prohibeixen l’ús del hijab a les escoles (2004) o a les universitats (2010). Per poder mantenir una vida normalitzada, ser acceptat pels demés ciutadans amb els quals compartim espai, temps, ciutadania i país, hem de procurar no delatar-nos.

Persones musulmanes tenen que fer ús d’una identitat que no els representa o no els defineix del tot: comportar-se de manera “normalitzada”, duent elements físics acceptats per la societat, i en cap cas, demostrar la seva fe relacionada amb l’aspecte més espiritual. Quan parlo de normal o normalitzada, faig referència als elements que socialment són acceptats i per tant no representen una barrera entre allò que està permès i el que no ho està; allò que no causa cap obstacle pel bon desenvolupament de la vida social. En definitiva, el musulmà -sigui dona o home- per no rebre aquests atacs -físics o verbals- islamòfobs, hauria de deixar totalment de banda la seva identitat musulmana, al menys, a la esfera pública. Deixar de ser musulmà de cara a la societat i als seus individus, ja que són entesos com a individus estranys i amenaçadors.

En definitiva, una vulneració dels drets de ciutadania.

Ja no només parlem de l’ús del vel, fins i tot hi ha partits polítics d’ultradretes i d’altres de dretes, que fomenten un discursos islamòfob i racista. Convertint a la comunitat musulmana en ostatge d’una criminalització estructural, posant de manifest a tots els individus que composen la comunitat musulmana, estigmatitzant cadascun d’entre ells, dificultant l’avenç tant individual com col·lectiu, afavorint la segregació de la ciutadania, posicionant-los en el punt de mira. Per conseqüent, s’han donat pràctiques espontànies de segregació dins l’àmbit de lo públic: escoles, hospitals, etc.

Un altre dels grups que cada cop és més propens a viure o a patir situacions islamòfobes, és el grup dels joves, maneres de relacionar-se que resulten complicades vis a vis d’aquella franja d’edat. En qualsevol societat, l’adolescència o la joventut representa un ritual de pas entre l’estatus de nen o nena, i l’estatus d’adult; on es produeixen canvis tant a nivell emocional, reflectiu com físic. La persona es troba en un moment de la vida on no sap ben bé com comportar-se i en contrapartida, els altres tampoc saben ben bé com fer-ho amb ells o elles. Deixen de ser nens i encara no són adults. La por o el desconeixement de certs individus o col·lectius en general, i en aquest cas, té com a conseqüència la implantació de mesures que diuen ser mesures de protecció, però que en cap cas ho són; tot el contrari, serveixen per classificar, vigilar i controlar en funció del seu propi interès. En aquest cas i en relació amb la islamofòbia, ens trobem amb el cas del PRODERAI: Protocol de Detecció de la Radicalització Islamista. Es tracta d’evitar possibles radicalismes des d’una primerenca edat, o al menys això es el que diu fer. Però existeix una altra realitat, i es que amb la implantació d’aquesta nova premissa, tots els joves que son identificats com a possibles musulmans o àrabs, seran considerats -en conseqüència- com a sospitosos.

Quin  és el tracte que estan reben aquests joves per part de la institució? Quina imatge s’està transmetent a la resta de companys? En qualsevol cas, es tracta d’estigmes i d’estereotips, que són naturalitzats pels altres alumnes, interioritzats i com a conseqüència, reproduïts. Es tracta de generalitzar, i d’estigmatitzar a tot el col·lectiu àrab-musulmà jove; parlem aleshores, d’un clima de sospita generalitzat.  Per altra banda, podríem parlar del fet que aquest tipus d’estratègia estatal o governamental permet controlar aquesta part de la població, com una forma de cens o bé de classificació.

I finalment, no podem oblidar-nos que la majoria d’aquests joves, ja han nascut en aquest país, per tant ja no són considerats ni es consideren immigrants, sinó que ja han adoptat la identitat referent a persones nascudes en el país. Amb tot el que allò inclou: estudis, idiomes, costums… però aquí apareix una altra cara de la islamofobia que fa referència a la generació precedent: la dels pares d’aquests joves. Molt sovint, aquests pares, es troben en una situació on les  seves identitats s’han convertit en aculturades. Què vol dir això? Que les seves identitats ja no formen part del seu país d’origen -ja que amb el procés migratori, sembla que s’hagi perdut alguna mena d’essència de la persona-, mentre que mai aconseguiren ser vistos i entesos com individus del país de destí -perquè sembla que no aconseguiran adoptar tots aquells costums i maneres de fer i pensar d’aquell nou indret-. De tal manera que, els seus fills es converteixen en l’enllaç entre els seus costums, el seu idioma, i aquells elements que formen part i estructuren la vida en el país de destí. Convertint-se en eines primordials per evitar situacions islamòfobes, de desavantatge de obligacions i de drets.

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SOS Racisme – Aina Maria Cotto, estudiant en pràctiques del Màster en Estudis Avançat en Exclusió Social de la UB

 


Artículo realizado dentro del proyecto: “Herramientas para un tratamiento mediático adecuado de la migración»

 

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