(ES/EUS) Asistimos a la condena generalizada de las agresiones racistas en Torre Pacheco, impulsadas desde la extrema derecha. Ese es un paso necesario de cualquier demócrata, condena que es también la nuestra. – Eskuin muturretik bultzatutako Torre Pachecoko eraso arrazisten gaitzespen orokortua salatzen dugu. Hori edozein demokrataren nahitaezko urratsa da, baita gurea ere.
Pero echamos en falta una mirada que, 1) reconozca que no son hechos aislados o que quedan demasiado lejos de nuestros barrios 2) pongan el acento en las condiciones que permiten a la extrema derecha conseguir apoyo en sectores significativos de la población; 3) introduzcan soluciones que nos permitan hacerle frente y construir vecindades más inclusivas e integradoras para todas y 4) exija a las instituciones (y en particular a sus fuerzas policiales) una respuesta a la altura de nuestras endebles sociedades democráticas.
1. Torre Pacheco no está tan lejos
Las manifestaciones explícitas de carácter xenófobo que están ocurriendo en Torre Pacheco —y que, por una vez, han logrado centrar la atención mediática en el racismo como problema social (y no en la inmigración, como suele ser habitual)— no son fenómenos aislados ni nuevos. Estas expresiones racistas llevan tiempo normalizándose en nuestro propio territorio. La aparición de patrullas callejeras en localidades como Donostia, Irun, Hernani, entre otras, demuestra que no estamos exentas de que lo que sucede en Murcia pueda reproducirse también en nuestros pueblos y ciudades.
La llamada “caza al moro” o la persecución de “Antxoas”, términos utilizados en los canales de Telegram desde los que se organizan estas patrullas en nuestra provincia, revelan el alto grado de deshumanización al que se somete a las personas de origen magrebí. Se trata de una violencia racista planificada, amparada por la impunidad y amplificada por discursos de odio que se reproducen sin freno en redes sociales y ciertos medios de comunicación.
Estas prácticas no son simples “incidentes” ni fruto de un descontento puntual: forman parte de una estrategia política que bebe del fascismo y que busca sembrar miedo, dividir a las clases populares y construir chivos expiatorios. Tolerar o minimizar estos comportamientos abre la puerta a formas aún más peligrosas de organización violenta y autoritaria.
2. La desigualdad: un caldo de cultivo para el racismo y la violencia.
Para ir haciendo frente a estos comportamientos (y actitudes que los legitiman), creemos que es imprescindible nombrar las causas estructurales que hoy están siendo ignoradas en el debate público, y que son el terreno fértil donde crecen el racismo y el fascismo social.
Nos referimos a las condiciones de desigualdad en las que un racismo sistémico mantiene a una gran mayoría de personas migrantes. Esta situación se expresa en múltiples niveles: desde una Ley de Extranjería que condena a cientos de miles de personas a vivir en situación irregular durante años —convirtiéndolas en ciudadanas de segunda— hasta la explotación laboral cotidiana de la que se benefician miles de empresarios, pagando hasta un 29 % menos a trabajadores migrantes por el mismo empleo. España se sitúa, de hecho, entre los países europeos con mayores niveles de desigualdad salarial hacia la población migrante.
Esta desigualdad se agrava aún más cuando se miden con distinto rasero los delitos cometidos por personas migrantes y por la población local. Los medios de comunicación y la actuación de las fuerzas policiales alimentan esta criminalización sistemática, reforzando estigmas profundamente arraigados. Y, más allá del ámbito penal, la desigualdad atraviesa todos los espacios esenciales de la vida: el acceso a una vivienda digna, el trato en las administraciones públicas, la sanidad, la educación o el mercado laboral.
Es esta normalidad desigual —y no un fenómeno aislado— la que constituye el caldo de cultivo del que se alimentan las expresiones fascistas que estamos viendo proliferar. Mientras no enfrentemos estas causas con decisión, solo asistiremos a su repetición, cada vez más explícita, más violenta, más aceptada. De nada sirve la llamada a “volver a la normalidad”, que es precisamente la que sostiene el problema.
3. Articular el tejido comunitario y la convivencia
Frente a esta desigualdad estructural que alimenta el odio, no basta con señalar el problema: necesitamos construir respuestas colectivas desde lo cotidiano, empezando por lo más próximo, por lo que tenemos a mano. Nuestros barrios, nuestras plazas, nuestras relaciones vecinales pueden y deben convertirse en el primer espacio de resistencia ante los discursos deshumanizantes, generalizadores y abiertamente racistas que erosionan la convivencia y legitiman el delito de odio.
En este escenario, la dimensión comunitaria cobra una importancia capital. Articular un tejido ciudadano comprometido, abierto y antifascista es hoy una tarea urgente. Pero no es sencilla. El discurso de la inseguridad —que responsabiliza de forma constante a la población migrante, especialmente a la juventud magrebí— ya ha calado en muchos sectores de nuestra sociedad. En este contexto, etiquetar automáticamente de racista a quien reproduce esos discursos no construye comunidad ni vínculos sólidos. Si de verdad queremos barrios cohesionados, necesitamos procesos de escucha activa y diálogo real. Escuchar no significa renunciar a los principios. Es, al contrario, una herramienta política para disputar sentidos comunes, desmontar prejuicios y abrir caminos de transformación. Implica aceptar que hay malestares reales en nuestras comunidades, pero también decidir con claridad qué hacemos con ellos y contra quién los dirigimos. Porque mientras no pongamos el foco en las causas estructurales —precariedad, exclusión, desigualdad, abandono institucional— será fácil que esos malestares sean instrumentalizados por quienes necesitan un enemigo interno que desvíe la atención.
Fomentemos, por tanto, redes vecinales vivas, diversas y comprometidas, donde sea posible el diálogo y el encuentro. Espacios donde no se impongan los prejuicios ni se normalicen los silencios cómplices, y en los que podamos reconocernos como parte de una comunidad plural, construida desde el respeto mutuo y la voluntad de convivir con dignidad.
En estas redes, las personas de origen magrebí —nuestras vecinas y vecinos: Said, Ahmed, Sara, Fátima— no deben ser vistas como sujetos a “integrar”, sino como protagonistas activos de la vida del barrio, con voz propia y derecho a incidir en las decisiones comunes. Defendamos una vida compartida desde lo más cercano: saludémonos, hablemos, compartamos tiempo y espacio, reconozcámonos en los portales, en las plazas, en las tiendas. Compremos en sus carnicerías, fruterías y panaderías. Solo desde un tejido vecinal fuerte, inclusivo y politizado podremos frenar el avance del odio. Frente a la violencia, cuidémonos. Frente al fascismo, organicémonos. Frente a la exclusión, hagamos comunidad.
4. La respuesta institucional
Las instituciones públicas, y en particular las policías locales y autonómicas, deben asumir su responsabilidad en la defensa de los derechos fundamentales y la convivencia democrática. No pueden normalizar ni minimizar la aparición de grupos que patrullan barrios señalando o intimidando a jóvenes migrantes. Estas actuaciones no son meras “presencias en la vía pública”, sino expresiones organizadas de control social que generan miedo, estigmatización y racismo. Resulta imprescindible que las autoridades policiales y municipales se posicionen de forma clara y activa contra estos comportamientos, persigan los discursos y delitos de odio, y eviten participar —por acción u omisión— en la construcción de un racismo institucional que es incompatible con los principios básicos de cualquier democracia.
No será un camino fácil. Pero sí es el único que puede contrarrestar con firmeza esas voces que se apropian de malestares reales para desviarlos hacia objetivos espurios, haciendo de la migración el chivo expiatorio perfecto. Defender la convivencia implica defender también la justicia social, los derechos para todas y el derecho a vivir sin miedo.
Baina begirada bat faltan botatzen dugu: 1) ez direla gertaera isolatuak edota ez direla gure auzoetatik urrunegi geratzen aitortuko duena 2) eskuin muturrari herritarren sektore esanguratsuetan babesa lortzeko aukera ematen dioten baldintzak azpimarratuko dituena; 3) aurre egiteko eta auzotasun inklusiboagoak eta integratzaileagoak eraikitzeko aukera emango diguten irtenbideak sartuko dituena eta 4) instituzioei (eta bereziki haien indar polizialei) gure demokrazia ahuleko gizarte mailako erantzuna eskatuko diena.
1. Torre Pacheco ez dago hain urruti
Torre Pacheco-n gertatzen ari diren izaera xenofoboko adierazpen zehatzak —eta behingoagatik, arreta mediatikoa arrazakerian arazo sozial gisa (eta ez immigrazioan, ohikoa izaten den bezala)zentratzea lortu dutenak,— ez dira fenomeno isolatuak, ezta berriak ere. Adierazpide arrazista horiek denbora daramate gure lurraldean bertan normalizatzen. Besteak beste, Donostian, Irunen, Hernanin eta Ordizian kaleko patruilak agertzeak erakusten du Murtzian gertatzen dena gure herri eta hirietan ere gerta daitekeela.
“Moro-ehiza” deritzonak edo “Antxoen” jazarpenak, gure probintzian patruila horiek antolatzeko erabiltzen diren Telegram-eko kanaletan erabiltzen diren terminoek, jatorri magrebtarra duten pertsonek jasaten duten deshumanizazio-maila handia erakusten dute. Indarkeria arrazista planifikatua da, inpunitateak babestua eta sare sozialetan eta zenbait komunikabidetan galgarik gabe erreproduzitzen diren gorrotozko diskurtsoek zabaldua.
Praktika hauek ez dira “istilu” soilak, ezta nahigabe puntual baten ondorio ere: faxismotik edan eta beldurra ereitea, klase herrikoiak zatitzea eta errudunak eraikitzea helburu duen estrategia politiko baten parte dira. Portaera horiek jasateak edo minimizatzeak atea irekitzen die indarkeriaz eta autoritatez antolatzeko modu are arriskutsuagoei.
2. Desberdintasuna: arrazakeriarako eta indarkeriarako hazitegia.
Jokabide horiei (eta horiek legitimatzen dituzten jarrerei) aurre egiten joateko, uste dugu ezinbestekoa dela aipatzea gaur egun eztabaida publikoan bazterrean uzten ari diren kausa estrukturalak, arrazakeria eta faxismo soziala hazten diren lur emankorra baita.
Arrazismo sistemikoaz ari gara, pertsona migratzaile gehienak mantentzen dituen desberdintasun-baldintzez ari gara. Egoera hori maila askotan adierazten da: Atzerritarren Legea adibidez, ehunka mila pertsona egoera irregularrean bizitzera kondenatzen dituena urteetan —bigarren mailako herritar bihurtuz—, eta eguneroko lan-esplotaziora, zeinetik milaka enpresaburuk etekina ateratzen baitute, langile migratzaileei % 29 gutxiago ordainduz enplegu beragatik. Espainia, hain zuzen ere, populazio migratzailearekiko soldata-desberdintasun handiena duten Europako herrialdeen artean dago.
Desberdintasun hori are larriagoa da pertsona migratzaileek eta bertako biztanleek egindako delituak beste era batera neurtzen direnean. Komunikabideek eta indar polizialen jardunak elikatzen dute kriminalizazio sistematiko hori, sakonki errotutako estigmak indartuz. Eta, arlo penaletik harago, desberdintasuna bizitzako funtsezko esparru guztietan dago: etxebizitza duina lortzeko aukera, administrazio publikoetako tratua, osasuna, hezkuntza edo lan-merkatuan.
Fenomeno isolatu bat izan beharrean, normaltasun desorekatu hau da ugaritzen ari garen adierazpen faxistak elikatzen dituen hazitegia. Kausa hauei erabakitasunez aurre egiten ez diegun bitartean, haien errepikapena baino ez dugu ikusiko, gero eta esplizituagoa, bortitzagoa eta onartuagoa. Ezertarako ez du balio “normaltasunera itzultzeko” deiak, hain zuzen ere horrek eusten baitio arazoari.
3. Komunitate-sarea eta bizikidetza egituratzea
Gorrotoa elikatzen duen egiturazko desberdintasun horren aurrean, ez da nahikoa arazoa seinalatzea: erantzun kolektiboak eraiki behar ditugu egunerokotasunetik, gertukoenetik hasita, esku-eskura ditugunetik. Gure auzoak, gure plazak, gure auzo-harremanak erresistentziarako lehen gune bihur daitezke, eta hala izan behar dute, bizikidetza higatzen eta gorroto-delitua legitimatzen duten diskurtso deshumanizatzaile, orokortzaile eta argi eta garbi arrazisten aurrean.
Agertoki horretan, dimentsio komunitarioak berebiziko garrantzia hartzen du. Herritarren ehun konprometitu, ireki eta antifaxista bat egituratzea premiazko lana da gaur egun. Baina ez da erraza. Segurtasunik ezaren diskurtsoak —zeinak etengabe egozten baitie erantzukizuna biztanle migratzaileei, batez ere magrebtar gazteriari— eragina izan du gure gizarteko sektore askotan. Testuinguru horretan, diskurtso horiek erreproduzitzen dituena automatikoki arrazistatzat etiketatzeak ez du komunitatea eraikitzen, ezta lotura sendorik ere. Benetan auzo kohesionatuak nahi baditugu, entzute aktiboko eta elkarrizketa errealeko prozesuak behar ditugu. Entzuteak ez du esan nahi printzipioei uko egitea. Aitzitik, tresna politikoa da zentzu komunak eztabaidatzeko, aurreiritziak desmuntatzeko eta eraldaketarako bideak irekitzeko. Gure komunitateetan benetako ondoezak daudela onartzea dakar, baina baita haiekin zer egin eta noren aurka zuzentzen ditugun argi erabakitzea ere. Izan ere, fokua egiturazko kausetan jartzen ez dugun bitartean —prekarietatean, bazterketan, desberdintasunean edota utzikeria instituzionalean—, erraza izango da arreta desbideratuko duen barne-etsaia behar dutenek manipulatzea.
Susta ditzagun, beraz, auzo-sare bizi, askotariko eta konprometituak, elkarrizketa eta topaketa posible izango dutenak. Aurreiritziak inposatzen ez diren eta isiltasun konplizeak normalizatzen ez diren espazioak, non komunitate plural baten parte gisa aitortu ahal izango garen, elkarrekiko errespetutik eta duintasunez bizitzeko borondatetik eraikia.
Sare horietan, magrebtar jatorriko pertsonak —gure auzokoak: Said, Ahmed, Sara, Fatima— ez dira “integratu” beharreko subjektu gisa ikusi behar, baizik eta auzoko bizitzaren protagonista aktibo gisa, ahots propioarekin eta erabaki komunetan eragiteko eskubidearekin. Defenda dezagun bizitza partekatu bat hurbiletik: agurtu gaitezen, hitz egin dezagun, parteka ditzagun denbora eta espazioa, ezagutu gaitezen atarietan, plazetan edo dendetan. Eros dezagun bertako harategi, fruta-denda eta okindegietan. Soilik auzo-sare indartsu, inklusibo eta politizatu batetik geldiarazi ahal izango dugu gorrotoaren aurrerapena. Indarkeriaren aurrean, zaindu gaitezen. Faxismoaren aurrean, antola gaitezen. Bazterketaren aurrean, egin dezagun komunitatea.
4. Erakundeen erantzuna
Erakunde publikoek, eta bereziki udaltzaingoek eta autonomia-erkidegoetakoek, beren gain hartu behar dute oinarrizko eskubideen eta bizikidetza demokratikoaren defentsan duten erantzukizuna. Ezin dituzte auzoak patruilatzen dituzten taldeak normalizatu, ezta minimizatu ere, gazte migratzaileak seinalatuz edo beldurraraziz. Jarduera horiek ez dira “bide publikoan presentzia” hutsak, beldurra, estigmatizazioa eta arrazakeria sortzen duten kontrol sozialeko adierazpen antolatuak baizik. Ezinbestekoa da polizia eta udal agintariek jarrera argia eta aktiboa izatea jokabide horien aurka, gorroto diskurtsoak eta delituak jazartzea, eta ez parte hartzea —egitez edo ez-egitez— edozein demokraziatako oinarrizko printzipioekin bateraezina den arrazismo instituzionalaren eraikuntzan.
Ez da bide erraza izango, baina berak bakarrik egin diezaieke aurre irmotasunez benetako ondoezaz jabetzen diren eta helburu faltsuetara desbideratzen dituzten ahots horiei, migrazioa foko bakarra bihurtuz. Elkarbizitza defendatzeak justizia soziala, guztiontzako eskubideak eta beldurrik gabe bizitzeko eskubidea defendatzea dakar.